Jiva

Jiva – Una ciudad donde el pasado decidió quedarse

En el oeste de Uzbekistán, donde el desierto de Kyzylkum se extiende como un océano dorado y el horizonte se mezcla con el silencio, se encuentra Jiva — no es solo una ciudad, es un espejismo hecho de historia y piedra. Aquí no hace falta cerrar los ojos para imaginar el pasado: basta con mirar a tu alrededor. El tiempo no ha desaparecido, solo camina más despacio, a tu lado, entre las sombras de los minaretes y las huellas del adobe.

A menudo llaman a Jiva un museo al aire libre, pero eso es solo la superficie. Porque aquí la historia no está guardada — está viva. Respira entre las madrassas, susurra desde las puertas talladas, se posa en los escalones desgastados por siglos de pasos. En otros tiempos, las caravanas paraban aquí en busca de agua y descanso, pero también de saber, de fe, de encuentro.

Dentro de los muros de Itchan Kala, la ciudad antigua, la vida ha decidido no disfrazarse de modernidad. Las callejuelas estrechas conducen a mezquitas y palacios donde la luz cae suavemente a través de celosías de madera, dibujando geometrías del tiempo sobre el suelo. Allí se alza Kunya Ark, la antigua fortaleza de los kanes, desde cuya torre, Ak Sheikh Bobo, el mundo parece un tapiz extendido bajo el cielo.

La mezquita Juma es como un bosque sagrado — 213 columnas de madera, cada una con su propia alma. No habla, pero te envuelve en un silencio profundo, casi espiritual.

Y Kalta Minor, el minarete inconcluso, permanece como un sueño detenido. Iba a ser el más alto del mundo islámico, pero la muerte del kan detuvo su construcción. Hoy es un símbolo poderoso de aquello que no se terminó, pero que, en su silencio, sigue imponiéndose con fuerza.

Jiva, hoy, no ha cambiado mucho. Quizás solo se ha vuelto más serena. Los artesanos siguen trabajando como antaño: tejen, esculpen, modelan, pintan. Lo hacen con manos que recuerdan. Con gestos que no necesitan explicación. El viento aún recorre las cúpulas y los patios, llevando consigo arena y tiempo.

Jiva no es un punto en un mapa. Es un encuentro — con Oriente, con la calma, y tal vez con esa parte de ti que se había quedado atrás.