Asjabad – La ciudad de luz y mármol
Hay ciudades que gritan para llamar la atención. Y hay otras que simplemente brillan. Asjabad pertenece a estas últimas. No necesita alzar la voz: deslumbra. Con sus avenidas iluminadas, sus edificios de mármol blanco resplandeciente y un silencio casi irreal que flota en el aire.
Ubicada al pie de las montañas Kopetdag, en el suroeste de Turkmenistán y muy cerca de la frontera con Irán, Asjabad parece suspendida entre el desierto y las cumbres, entre el pasado y el porvenir. Aún se percibe el eco de los antiguos cruces de caminos: por aquí pasaban caravanas de la Ruta de la Seda, trayendo no sólo mercancías, sino también ideas, idiomas y creencias.
Hoy, esta capital brilla al sol con tanta fuerza que parece emitir su propia luz. La vida transcurre con calma, el ritmo es pausado, como si el tiempo se desarrollara en una escena teatral.
Su historia es como un tapiz oriental lleno de matices: Persia, Partia, Roma, los árabes, Rusia… cada civilización ha tejido su diseño en el alma de la ciudad. Muy cerca se encuentra la antigua Nisa, que fue capital del Imperio parto, y que hoy conserva su grandeza en ruinas silenciosas.
Asjabad ama el espacio. Sus bulevares anchos, sus parques abiertos y sus grandes plazas parecen decir: “respira hondo, mira lejos”. El Parque de la Independencia, con sus monumentos majestuosos y arcos de mármol, no es sólo un símbolo nacional — es un poema visual tallado en piedra.
El arte también vive aquí. No sólo en los museos —que abundan— sino en los detalles: los motivos tradicionales, los tapices hechos a mano, las sonrisas de los artesanos. La música sigue sonando en las calles, se baila con trajes típicos y las tradiciones se transmiten de generación en generación.
Asjabad es una ciudad de contrastes. De día arde bajo el sol del desierto; de noche, se serena como si respirara profundamente. Los veranos son calurosos, los inviernos suaves, y el cielo casi siempre despejado.
La ciudad crece: surgen nuevos barrios, hoteles, estadios, foros internacionales. Y aun en medio de este movimiento, Asjabad conserva su alma: sobria, orgullosa y resplandeciente.
Esta ciudad es el espejo de Turkmenistán: en ella se reflejan la historia, los sueños, las tradiciones y un futuro que brilla tanto como el mármol al atardecer en el desierto.