Turkmenabad – Una ciudad entre ríos y tiempo
Hay ciudades que no buscan llamar la atención — simplemente están. Turkmenabad es una de ellas. No alza la voz, pero permanece firme y tranquila en el este de Turkmenistán, donde aún soplan los vientos antiguos desde el río Amu Darya.
En otro tiempo se llamó Chardzhou — y ese nombre todavía vive en las calles viejas y en los relatos que los mayores recuerdan. Situada cerca de Uzbekistán, en la región histórica de Jorezm, esta ciudad ha visto pasar caravanas, imperios, lenguas… y a pesar de todo, nunca perdió su identidad.
Turkmenabad no hace ruido, pero está muy viva. Su historia está tejida en la gran trama de la Ruta de la Seda — fue una puerta clave para el comercio entre Oriente y Asia Central. Hoy, no es un museo, sino una arteria palpitante por donde circulan mercancías, trenes, ideas y personas.
Su economía nace de la tierra: algodón, trigo, verduras. La tierra alimenta. La construcción crece sin prisa: casas, caminos, escuelas que se levantan al ritmo del tiempo, con paciencia.
El alma cultural de Turkmenabad es serena pero profunda. Está la fortaleza de Kyzyl-Kala — recuerdo de tiempos defensivos. Está el mausoleo de Ayaz Ata — lugar sagrado que aún recibe peregrinos. Y en el museo de Jorezm, el barro, la arena y la cerámica hablan su propio lenguaje histórico.
La ciudad educa. Las escuelas y los institutos están donde deben estar. Aquí se transmite el conocimiento como se transmiten las alfombras: con respeto, con cuidado.
Los veranos son calurosos y secos, los inviernos fríos pero luminosos. Rodeada por estepas y desiertos, Turkmenabad encuentra en esa dureza natural su propia fuerza.
Hoy, la ciudad está cambiando. Crece: nuevos barrios, nuevas rutas, nuevos movimientos. Las rutas internacionales la atraviesan, y cada tren, cada camión, es una línea más en su biografía.
No es una capital, pero importa. No es ostentosa, pero es auténtica. Turkmenabad es una ciudad con alma oriental: tranquila, trabajadora, profunda y sincera. Y quien la visita se va con la sensación de haber tocado algo muy antiguo — y todavía vivo.